Estudiar en el extranjero en Barcelona por cuatro semanas fue una experiencia increíble. Superé mis aprensiones, hice unos nuevos amigos, y pude visitar una ciudad con la cual había soñado desde ver Las Cheetah Girls 2 dos años antes. Pero, aún más importante que eso, fue increíble porque yo podía romper con las ideas que tenía en mi mente antes y vivir como una española verdadera -en vez de ser solo una turista.
Me inscribí para estudiar al extranjero en octubre de mi primer año de la universidad. Aprendí de la oportunidad de hacerlo durante una de las ferias sobre estudiar en el extranjero que se suelen dar en la universidad y allí tenía la posibilidad de hablar con los profesores líderes del viaje. Estaba encantada cuando me dijeron que los estudiantes de primer año de universidad podían participar en el programa, porque normalmente los programas de estudio al extranjero exigen que los participantes estén en el segundo año de sus estudios. Estaba tan emocionada que terminé todo el papeleo y aseguré que el depósito se pagara antes de las vacaciones de diciembre. Los profesores líderes del programa me dieron un abono mensual de metro gratis para ser entre los primeros estudiantes a terminar los procedimientos necesarios para la inscripción.
La ansiedad
Aunque estaba muy animada, comencé a sentirme ansiosa dos semanas antes del vuelo. Me di cuenta de que iba a viajar al otro lado del mundo por primera vez sin mi familia a mi lado. No conocía a nadie del grupo y tampoco había conocido a mi compañera de cuarto. Tenía miedo de que no me gustara la comida o que no pudiera terminar todo el trabajo en mis cursos mientras me divertía durante el programa. También me preguntaba qué haría si perdiera mi abono de metro y si a la vez mi móvil cesara de funcionar. Además, me preocupaba no poder comunicarme con mi familia anfitriona porque mi español era adecuado, pero no se podía considerar “corriente”. Y me preocupaba el hecho de no poder comunicarme con confianza en caso de una urgencia médica.
Sin embargo, me calmé al mirar los video blogs de otros viajeros y al hacer la lista de cosas por ver en Barcelona durante los últimos días antes de mi vuelo. Esto me recordó que tenía más razones de estar emocionada y feliz que de tener miedo. También, el coordinador principal del grupo creó un grupo de Facebook para los 27 participantes en el programa y todos nosotros podíamos presentarnos y planificar volar al extranjero juntos, lo que me tranquilizó bastante.
El primer día
Aunque vivo en Atlanta, conduje a Charlotte para poder tomar el mismo vuelo que tres otras chicas en el programa. Era un vuelo directo y duraba unas ocho horas. Salimos a aproximadamente a las cuatro de la tarde, pero no podía dormir en el vuelo. Era aproximadamente la una a casa al aterrizar en Barcelona. Sabía que no era buena idea tomar una siesta el primer día y entonces sobreviví el día porque bebí mucho café.
Al llegar al aeropuerto, tomamos un autobús para llegar a la sede central de International Studies Abroad (ISA), el centro que nos servía de base durante nuestra estancia. Fue allí que buscábamos el correo, usábamos las computadoras, o imprimimos documentos. El personal también nos servía de contacto en caso de emergencia. El saber que todos ellos eran bilingües nos consolaba.
Las familias anfitrionas nos esperaban cuando llegamos. Mi compañera de cuarto, Christine, y yo conocimos a nuestra madre anfitriona. Me acuerdo de este momento porque es cuando experimenté mi primer choque cultural. Yo quería abrazarla y ella me dio dos besos, uno en cada mejilla.
No recuerdo mucho de la visita de la ciudad porque me dormía a veces durante ella, pero en los momentos en que estaba despierta, me fascinaba la riqueza de la cultura en Barcelona. Cada apartamento tenía un balcón con flores o con una bandera catalán. Vi a la gente que andaba en monopatín, andaba en bici, o caminaba a la playa o comía helado. Unas esculturas enormes de artistas modernos decoraban las calles al lado de esculturas que celebraban los pioneros del pasado. En el autobús conocí a más miembros del grupo y todos estábamos impresionados por este nuevo lugar que iba a ser nuestra ciudad durante las cuatro semanas del programa. El autobús paró encima de una colina con vista de la ciudad y tomamos una foto del grupo.
Las clases
Estudiamos en la Universidad Autónoma de Barcelona que quedaba a unos 20 minutos del apartamento si tomamos el metro. La universidad misma tenía una bella arquitectura tradicional con murales en las clases y esculturas antiguas en los pasillos.
También tenía una café donde mis amigos y yo nos relajamos antes de las clases o durante el almuerzo. Había varios otros grupos americanos en programas como el nuestro. Así podíamos conocer a estudiantes de la Universidad de San Francisco, la Universidad de Auburn, y la Universidad de Nueva York. Yo tomaba cursos sobre las estrategias para entrevistas y la comunicación internacional.
Teníamos los dos cursos de lunes hasta jueves, pero nos dejaron libres los viernes para poder viajar durante los fines de semana. El trabajo en los cursos no era muy difícil y los profesores nos ayudaron con las tareas. No querían sobrecargarnos de trabajo para que pudiéramos viajar tranquilos los fines de semana.
Las aventuras de fin de semana
Unos de mis recuerdos favoritos son los de mis aventuras de fin de semana durante mi programa de estudiar en el extranjero. Durante la primera semana (después de las clases) y el fin de semana primero, los profesores que dirigían el programa nos llevaron de viaje a ciertos lugares pre-planificados. Vimos El Castillo de Montjuic, la obra maestra de Antonio Gaudí en el Parque Guell y Casa Mila y la vista espectacular de Monserrat. Durante uno de nuestros fines de semanas libres, yo volé con dos amigos a la isla de Palma, Mallorca muy cerca de la costa de España. El vuelo corto de 30 minutos nos llevó a otro mundo que el mundo metropolitano de Barcelona. Me agradó mucho cambiar el ambiente de la ciudad por un ambiente pueblo pequeño durante esta salida momentánea.
Pasamos horas en la playa tomando el sol y jugando en las aguas cristalinas. ¡También hicimos una visita en autobús hasta el Castillo de Bellver, donde nos colamos en dos fiestas de boda sin darnos cuenta! En Palma, usé Airbnb por la primera vez. Escogimos un apartamento en la ciudad, a diez minutos de la playa y el dueño del apartamento era muy agradable. Fue una experiencia mucho mejor que quedarse en un hotel.
Durante el último fin de semana, viajé con dos otros amigos a Roma. Era impresionante ver toda la historia en Roma. Visitamos el Vaticano, pero no antes de pararnos en la tienda H&M para comprar faldas hasta la rodilla y suéteres para cubrirnos, claro. Hicimos una visita del Coliseo, nos paseamos en las calles adoquinadas, y tiramos monedas en la Fontana de Trevi para que nos concediera un deseo. ¡Aun tomamos pasta y vino italianos auténticos!
Un sábado una mayoría de nuestro grupo de estudiantes decidió ir a Opium, una de las discotecas más populares en Barcelona. La cola para entrar era ridícula y era muy difícil entrar sin estar en la lista de los de “la primera categoría”. Me divertí tratar de planificar la manera loca en que nuestro grupo iba a colarnos. Era otra ocasión de intimar con el grupo. Una de las chicas del grupo se hizo amiga de unas personas de la ciudad de Barcelona que esperaban en la cola. Felizmente, estas personas estaban entre los de “primera categoría” y entramos con ellos. Nos sorprendió que tocaran muchas de las canciones populares en los Estados Unidos. Así podíamos cantar y bailar toda la noche. Es uno de mis recuerdos más destacados del viaje.
Mi familia anfitriona
Vivir con una familia anfitriona era la parte más retadora y también la parte más gratificante. Antes de este viaje en particular, yo era turista a 100%. Me quedaba en hoteles, comía comida americana o lo que más lo aproximaba, y hablaba únicamente con los americanos en el hotel durante mi estancia al extranjero. Vivir con una familia anfitriona me obligó a comer su comida y a cenar según su horario, porque las horas de comidas son diferentes en los Estados Unidos. Los españoles cenan mucho más tarde y pasé hambre mucho durante la primera semana porque no sabía eso. Me acostumbré durante la segunda semana porque comía un segundo almuerzo a las cinco o las seis de la tarde para poder adaptarme al cambio, lo que resolvió el problema.
Una de las cosas de que tenía miedo antes del viaje era que la comida no me gustara, pero al fin y al cabo aprendí que la comida era semejante a la nuestra. La primera noche nuestra madre anfitriona nos sirvió unos espaguetis con pollo frito. Ya puedes imaginar la sorpresa que era. Mi comida favorita era la tortilla española, un tipo de omelet con patatas y cebolla típico de España, pero también comíamos muchos mariscos, pollo, patatas, y frutas de postre cada noche.
Los españoles suelen comer bocadillos para el almuerzo y por eso Christine y yo comenzamos a comprar pan de las panaderías locales. También comenzamos a hacernos bocadillos de la manera en que nuestra madre anfitriona nos había aprendido. Se toma una porción de tomate y frota el pan con ella. Después se salpica el pan de aceite de oliva y se pone la carne para terminar. Nunca me había ocurrido ni preparar ni comer algo parecido antes de vivir con esta familia.
La única comida muy diferente era el desayuno. Solía comer huevos para desayuno en casa, pero en España los huevos se comen para la cena. Entonces cada mañana nuestra madre anfitriona nos preparaba pan tostado o unos muffins con mermelada. Una mañana yo le pedí que me hiciera unos huevos para desayunar y ella no comprendió porque yo querría comer huevos para el desayuno. También tenía que explicarle lo que eran los huevos revueltos porque en España se suelen comer los huevos estrellados.
Para mí, la comunicación era unos de los desafíos más grandes del viaje. Aunque hablo el español desde que era niña, era muy difícil traducir lo que quería decir en el momento. Las palabras se me escapaban. Frecuentemente olvidaba aun los verbos más básicos. Una noche mi madre anfitriona tenía que apagar y encender rápidamente las luces de mi cuarto varias veces en seguida para que yo comprendiera “apagar”.
La única comida compartida entre Christine, yo y los dos miembros de la familia anfitriona era la cena así que para mí era el momento de hablar español. Christine hablaba con más fluidez y entonces hablaba más que yo en la cena, pero me dije que tenía que hacer por lo menos una pregunta cada noche. Eso me dio la confianza de hablar un poco más cada noche aun sabiendo que a veces lo decía de manera equivocada. Creo que mi madre anfitriona apreció que yo trataba de comunicarme con ellos. Y eso también me dio la confianza de acercarme a la gente en la calle y pedirles algo o de pedir comida directamente de los camareros en los restaurantes en vez de simplemente señalar que quería lo que aparecía en la foto en el menú con un gesto.
Mi experiencia en Barcelona fue inolvidable. Por primera vez podía viajar sin mi familia a mi lado y hacer nuevos amigos y también ir de viaje espontáneamente en los fines de semana. Participar en el programa me hizo comprender la diferencia entre ser turista y ser viajadora. Me sumergí en la cultura. Tomaba el metro en vez de taxis, hablaba con una fluidez creciente y llegué a comunicarme con los de una cultura diferente de la mía, y también aprendí a preparar comida a la española. Voy a continuar de ser viajadora en vez de turista. Quiero sumergirme en la cultura de los lugares que visito, y comprender la cultura más que simplemente pasar por el lugar como lo hacen los turistas.
Artículo original en Inglés por Danielle Wilkinson
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Dr. Holly
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